"Nos estamos arruinando". El grito de Rosario Flores ha pasado a formar parte del patrimonio colectivo de chistes y chirigotas. El pasado día 1 de diciembre un grupo de cantantes y profesionales del negocio musical se manifestaron en son de protesta ante el Ministerio de Industria. Se leyeron manifiestos, se lanzaron consignas y se tocaron canciones. A algunos se les escaparon exabruptos tan poco acertados como el de Rosario.
La música y su mercado constituyen uno de los sectores más afectados por la crisis económica. Las cifras no hablan de crisis: hablan de bancarrota. El mercado del disco conoció su expansión en los 80 y 90 pero con posterioridad al 2000 ha sufrido un descalabro espectacular con una caída de las ventas del 64% según datos de Promusicae (asociación de Productores de Música de España).
Cada vez que algún profesional de la música abre la boca es para proferir lamentos, quejas y plegarias al Altísimo y al Gobierno y es de rigor la búsqueda de un chivo expiatorio al que culpar. Nadie se atreve sin embargo a llevar a cabo un examen de conciencia sincero y preguntarse si la calidad artística de los lanzamientos discográficos recientes es suficiente para atraer la atención, la ilusión y la cartera del comprador.
Sin embargo, la música sigue viva, los hombres y mujeres de cualquier rincón del mundo siguen bailando, llorando y divirtiéndose al ritmo de la música. Los conciertos y los festivales están siempre llenos y sigue habiendo música muy buena, muy nueva y muy sincera para el que se tome la molestia de buscar debajo de la alfombra. Pero: