Los críticos han inducido a la industria y al comprador a consumir música según una escala de valores absolutamente extra-musicales. Sin otro bagaje que sus gustos y manías, el crítico se permite el lujo de despreciar géneros enteros y de negarse a adquirir formación especifica alguna. Clasificar un disco dentro de la pobre baraja prefijada de las etiquetas de marketing es todo lo que son capaces de hacer los que se otorgan la autoridad de críticos de música ligera. Toda valoración obedece a motivaciones personales y freudianas y los méritos musicales se dejan de lado con absurda arrogancia.