15 de gen. 2011

La movida y la fritanga

Crónicas del Mal Tiempo II
La movida y la fritanga: El Lara, el Torreno y otros bares y mesones

Claras, cañas, refrescos y bebidas y el clásico olor a fritanga de los bares y mesones madrileños acunaron las conversaciones y delirios de los prohombres de La Movida mucho más que las casas de los famosos y celebérrimos mitos de la época y, por supuesto, que los locales de moda a los que nadie quería entrar excepto para ver algún grupo de los que el NME decía que eran geniales, por sí, por casualidad, esta vez habían acertado.

En efecto, fue matando el tiempo en los bares y mesones antes de los conciertos y fiestas donde se cocinaron la mayor parte de proyectos, entelequias y demás sandeces que, más tarde, algún espabilado consiguió hacer colar como movimiento cultural para que otros aún más idiotas se lo tragaran religiosamente y se escribiera y falseara así la historia.

Ganas de entrar en Rockoña nadie tenía. Tengamos en cuenta que había semanas en las que, un buen y devoto militante de la causa musical podía llegar a pasarse 5, 6, 7 u 8 (y más no porque no haRedactabía, ni hay) días semanales en la célebre sala, viendo a grupos de los que nadie quiere siquiera acordarse. Para evitar durante el mayor tiempo posible lo inevitable (es decir, entrar a ver a B Movie, Virgin Prunes, Psychedelic Furs o algún otro grupo de tan efímero recuerdo como esos) se mataba el tiempo en un mesón de la calle Clara de Rey que existe aún con otro nombre.

Lo interesante era llegar allí suficientemente pronto para apalancarse al lado de la puerta y controlar quien iba y quien venía, con quién y qué llevaban puesto. ¡Hola! ¡Hola! ¡Adiós! ¿Has visto? ¡Anda! ¡Las Peluconas se atreven a todo!

Allí tuvo lugar la célebre anécdota del hueso de jamón del pobre Poch.

Llega Poch envuelto en su gabardina, con las gafas torcidas y empañadas en la punta de la nariz. Muy suyo, como siempre. De debajo de aquellas mugrientas sayas suyas sacó triunfante un enorme y apolillado hueso de jamón que acababa de pillar en la basura de algún otro bar y que, por algún extraño motivo, le parecía una hazaña muy digna de encomio o, al menos, de atención. Para amplificar el efecto de su chiste, hacía como que lo mordisqueaba y roía con deleite y fruición ¡Mira que era cerdete! La hedionda piltrafa fue paseándose por delante de las narices y entre las manos de todo el mundo hasta el punto de que la poca gracia que tenía la cosa desapareció por completo. El hueso pasó de mano en mano incluyendo las de Luis Auserón, siendo este un chiste muy del gusto del desaparecido Kike Turmix a quien le gustaba pensar que calmar el apetito y llenar la endorga constituye una labor tan importante para la vida del resto de la gente como para la suya.

También fue famoso otro sitio, sito al otro lado de la avenida de América, llamado, con gran alarde de ingenio, el bar de las putas (ni idea del motivo) donde iba a ventilarse uno cuando ya no podía más de la pimpante música new-romantic y del viscoso petardeo Rockoña.

(Continuará)