Los libros de historia hablan de dos Españas, la republicana y la fascista, la progresista y la retrograda. Son las dos mismas Españas de los chavales de los 70 que se dejaron deslumbrar por Roxy Music y la de los que ni se enteraron de que existían. Los que no se dejaban cegar por las glamourosas portadas de sus discos en los escaparates eran los cerriles, beatos y oscurantistas que se tragaban las consignas retrógradas del colegio. Hacía falta tener la sensibilidad totalmente embotada por la mojigatería para no sentirse atraído por la suave voz masculina de Ferry en la radio.
Roxy Music inventaron los 80 en los 70, cambiaron la moda musical y llenaron el mundo de fantasía, de erotismo, sofisticación y cinismo. Unas veces retro, otras futuristas, siempre decadentes y también siempre irritantes, tenían su principal atractivo en la voz de terciopelo de Ferry, lacrimosa y quejumbrosa, envuelta en remembranzas de las piscinas de los 50, los cabarets de los 30 y los viajes espaciales del 2001 que prometía la ciencia ficción de los kioscos. Ferry se ganaba la vida dando clases de alfarería y tenía 27 años cuando sacó su primer disco.
Era hijo de un granjero y no tenía una gran voz, pero la modulaba de manera agradable con la habilidad de una sirena plañidera. Tenía una obsesión galopante por las tradiciones del showbiz de antes de la contracultura: mujeres voluptuosas, canciones sentimentales, smokings y purpurina. Junto a él, Brian Eno era un marciano de dibujos animados de larga melena planchada que tocaba el sintetizador con dos tenedores y llevaba, con su sentido del humor electrónico, la música del grupo a la estratosfera de un supuesto futuro sideral e imprevisible. Con una mujer medio desnuda en la portada de su tercer álbum llegaron al número 1 de las listas inglesas en 1973, mientras Ferry seguía una carrera paralela de versiones y de nostalgia.
El cinismo posmoderno que envuelve toda su trayectoria les hizo tremendamente influyentes en los 80. Desde 2005, una versión revisitada de la primera formación de Roxy está intentando grabar un nuevo disco que no acaba de hacerse realidad mientras actúan con asiduidad para un público mitad nostálgico mitad vanguardista. Ferry, elegante y displicente como siempre, grabó recientemente con el célebre hombre de negocios electrónico DJ Hell, ha hecho buenas migas con Groove Armada y defiende con calor a su hijo Otis, activista a favor de las brutales cacerías de zorros.
El próximo mes de junio le veremos al frente de Roxy Music en el Sónar, y quizás algún día podamos disfrutar de las canciones de ese inacabable nuevo álbum que no consiguen completar.