El artista que dedica su talento y su trabajo a entretener y divertir al prójimo es más digno
y admirable que el necio que se cree que nos morimos por escuchar sus intimidades y monsergas.
La era del rock nos ha acostumbrado a artistas arrogantes que no sólo se niegan a hacer el más mínimo esfuerzo para gustar a su público, sino que considerarían un desdoro hacerlo. Son nuestros mesías musicales que no se rebajan a ser amables con su público. ¡No sea cosa que confundamos servicial con servil! Elvis Presley y los Beatles eran todavía artistas serviciales, los Rolling y Bob Dylan ya no.
El Mesías musical exige la adoracion de sus admiradores antes incluso de salir a escena. Normalmente, cuando aparece sobre el escenario, ya estamos todos en pie jaleándole y aplaudiéndole, seguros de que la mera presencia de su genio sobrenatural nos va a provocar la fenomenal catarsis que necesitamos para olvidar nuestra triste realidad. El Mesías musical se planta ante nosotros, orgulloso y altanero, nos muestra lo que sabe hacer (a veces es bueno, pero muchas veces, mediocre, sin que ello importe a nadie) seguro de que le adoraremos por ser él quién es: ese Mesías musical que va a salvar nuestras almas. La soberbia le pierde, pero a nosotros no nos importa: agradecidos, meneamos las cabezas al ritmo de su música, damos saltitos y empuñamos los telefonitos para guardar en sus SDs el recuerdo de aquellos momentos inigualables vividos en presencia del ídolo. También cantamos a grito pelado para que los de al lado (y el mismo ídolo si, por casualidad dirige la mirada hacia donde estamos) sepan que somos más devotos que nadie.
El entretenedor, en cambio, pertenece a una tradición más humilde, más antigua y más gentil. Desde los años 70 es una raza en vías de extinción. Louis Armstrong y Diana Ross son entretenedores. Quieren gustar a su público e incluyen en su espectáculo todo aquello que creen que les va a servir para conseguirlo: una manera de entender la música olvidada y absurdamente menospreciada. A pesar de su pose machista y mesiánica, los heavys de los 80 eran entretenedores que daban al público lo que quería ver. No lo han sido nunca los grupos progresivos, ni los punks. Mucho menos los aristócratas del rock. Tampoco los cantautores, ni los hiphoperos y últimamente se han contagiado hastalas estrellas de consumo.
Adiós a Peret. Adiós a un trabajador de la música capaz de hacer sonreír y bailar al público.
Extraído de
http://www.musicaenlamochila.net/2007/07/18/entretenedores-y-mesias/
La era del rock nos ha acostumbrado a artistas arrogantes que no sólo se niegan a hacer el más mínimo esfuerzo para gustar a su público, sino que considerarían un desdoro hacerlo. Son nuestros mesías musicales que no se rebajan a ser amables con su público. ¡No sea cosa que confundamos servicial con servil! Elvis Presley y los Beatles eran todavía artistas serviciales, los Rolling y Bob Dylan ya no.
El Mesías musical exige la adoracion de sus admiradores antes incluso de salir a escena. Normalmente, cuando aparece sobre el escenario, ya estamos todos en pie jaleándole y aplaudiéndole, seguros de que la mera presencia de su genio sobrenatural nos va a provocar la fenomenal catarsis que necesitamos para olvidar nuestra triste realidad. El Mesías musical se planta ante nosotros, orgulloso y altanero, nos muestra lo que sabe hacer (a veces es bueno, pero muchas veces, mediocre, sin que ello importe a nadie) seguro de que le adoraremos por ser él quién es: ese Mesías musical que va a salvar nuestras almas. La soberbia le pierde, pero a nosotros no nos importa: agradecidos, meneamos las cabezas al ritmo de su música, damos saltitos y empuñamos los telefonitos para guardar en sus SDs el recuerdo de aquellos momentos inigualables vividos en presencia del ídolo. También cantamos a grito pelado para que los de al lado (y el mismo ídolo si, por casualidad dirige la mirada hacia donde estamos) sepan que somos más devotos que nadie.
El entretenedor, en cambio, pertenece a una tradición más humilde, más antigua y más gentil. Desde los años 70 es una raza en vías de extinción. Louis Armstrong y Diana Ross son entretenedores. Quieren gustar a su público e incluyen en su espectáculo todo aquello que creen que les va a servir para conseguirlo: una manera de entender la música olvidada y absurdamente menospreciada. A pesar de su pose machista y mesiánica, los heavys de los 80 eran entretenedores que daban al público lo que quería ver. No lo han sido nunca los grupos progresivos, ni los punks. Mucho menos los aristócratas del rock. Tampoco los cantautores, ni los hiphoperos y últimamente se han contagiado hastalas estrellas de consumo.
Adiós a Peret. Adiós a un trabajador de la música capaz de hacer sonreír y bailar al público.
Extraído de
http://www.musicaenlamochila.net/2007/07/18/entretenedores-y-mesias/